El problema de los límites marítimos con Chile llevó a pensar en la nefasta posibilidad de un enfrentamiento armado. El tema está tranquilo por ahora, pero es ocasión de reflexionar en que la guerra –decidida desde un escritorio– no es una salida donde existan vencedores: sólo hombres y mujeres inocentes que no son responsables de las decisiones gubernamentales que buscan la hegemonía territorial, y que para ello recurren a la violencia militar. No se puede hablar de naciones vencedoras cuando la raza humana se mata así misma, pues es la peor contradicción «moderna» que no tiene ningún argumento sólido más que la necedad de los hombres.
Los conflictos armados siempre terminan con la búsqueda de una salida diplomática que finalmente concluye en un acuerdo interestatal y la firma de paz. Pero, en realidad, nada cambia de la noche a la mañana, y no basta un apretón de manos de dos presidentes ante las cámaras televisivas del mundo para garantizar el bienestar y porvenir de la sociedad civil que, a fin de cuentas, es la que ha vivido en carne propia los desaciertos de gobierno que han ocasionado la violencia militar.
Al nivel de la diplomacia oficial, los problemas pueden ser resueltos; pero, sino se trabaja desde los ciudadanos, el riesgo de violencia puede estar presente. ¿ O es que acaso el poblador de la frontera va a cambiar de actitud, simplemente, porque así lo han decidido unos individuos extraños a los cuáles llaman ministros de Estado, diplomáticos o presidentes? Es necesario construir la paz día a día con relaciones de amistad en el ámbito personal para alejar las diferencias con los pobladores del país limítrofe, que muchas veces son inexistentes.
La paz es una virtud que pone en el ánimo, de quienes la viven, tranquilidad y sosiego; por tanto, se constituye como una necesidad esencial de la propia naturaleza relacional humana. Su vivencia no es el privilegio de unos pocos, sino de todas las personas por el hecho de la propia dignidad universal. Vista así, su consecución no debe ser sólo esfuerzo de Estados, sino de los propios ciudadanos que necesitan de ella. Bien lo sostiene Ramón Panikkar, cuando dice que la paz es un tema demasiado serio para dejárselo sólo a los políticos.
Las instituciones académicas, como las universidades, cumplen un papel importante en este afán pacificador, por su orientación eminentemente universal y su innata preocupación por el bien común. La cultura de paz es una constante universal que reclama la humanidad en su conjunto, y que ella debe ser concretada en los integrantes de los distintos pueblos; pues la paz se convierte en el principal camino al desarrollo humano y por ende a la felicidad.
Los jóvenes peruanos y ecuatorianos gustan de la misma música moderna, cuentan con idéntico afán de progreso, consumen similares alimentos y tienen igual espíritu de apertura al visitante. Nunca existió una diferencia antagónica entre estos pueblos que no haya podido ser solucionada mediante el diálogo. Eso se comprende actualmente y es una realidad indiscutible.
Los ciudadanos de la frontera se convierten en los «diplomáticos del día a día», pues ellos son la cara visible de sus respectivos países, y encarnan la dimensión social natural de los hombres, que no conoce distinción de nacionalidad. En este marco se entiende la Diplomacia Ciudadana, como una vía alternativa (no oficial) para la consolidación de una cultura de paz que nace desde la participación de los ciudadanos en favor del acercamiento intercultural.
La diplomacia oficial de los gobiernos no puede trabajar de modo aislado para la consolidación de una cultura de paz. En ese sentido, las acciones de la sociedad civil son el complemento necesario para las estrategias gubernamentales que buscan las buenas relaciones bilaterales con los demás países. Si los ciudadanos no se interesan por la paz, no servirá de mucho los múltiples acuerdos internacionales. Diplomacia Ciudadana y oficial deben caminar de la mano para que las decisiones de los gobiernos no se queden en la simple anécdota histórica o protocolo político.
Si los ciudadanos de la línea fronteriza entablan, con el vecino, relaciones de interactividad positiva que conlleven acuerdo y diálogo intercultural, se estará conservando la integridad de ambos hombres, que pueden ser distintos por una cuestión accidental como la geografía o la camiseta de la selección de fútbol, pero que en el fondo son seres con igual dignidad, derecho a la paz y felicidad.
Colaboración de Fernando Huamán Flores, profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura.
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